viernes, 22 de febrero de 2013

DEVALUACIÓN INTERNA II: POR QUÉ ME PARECE UNA MALA IDEA



En la entrada de ayer os contaba en qué consiste la devaluación interna y de qué formas se aplica, un asunto que me parece especialmente grave al ser una política que actualmente está impulsándose (cuando no imponiéndose) en toda Europa desde las instancias de la Unión Europea.

Los promotores de la devaluación interna afirman que se trata de una política equitativa, ya que trata de hacer descender todos los precios y salarios de un país en la misma proporción, por lo que no supondría un gran trauma para la población.

En mi opinión, la devaluación interna es una insensatez y una aberración, sobre todo en el contexto actual. En esta entrada intentaré justificar esta opinión haciendo uso de razonamientos económicos:
  • Los defensores de la devaluación interna afirman que el reparto de la renta entre los distintos grupos sociales permanecerá sin cambios al bajar todos los precios y salarios en la misma proporción, por lo que los consumidores no cambiarían sus pautas de consumo, pero suponer que es posible reducir todos los precios y salarios exactamente en la misma proporción es completamente absurdo. Eso no sería posible más que en el mundo imaginario, plano y simplón de los economistas neoliberales.
En el mundo real, marcado por las relaciones de fuerza entre los distintos grupos sociales, una disminución de precios y salarios provocará siempre procesos de redistribución de la renta en los que los grupos dominantes reforzarán su posición, ¿es que acaso no conocéis el caso de algún amigo o familiar al que le hayan bajado el sueldo mientras su jefe se lo mantiene para seguir cotizando al tipo máximo?, porque yo conozco varios casos.
  • Incluso si fuese posible una reducción equitativa y proporcional de todos los precios y salarios, supongamos que los agentes económicos se comportan como seres racionales, que evalúan todas las alternativas posibles y toman sus decisiones en función de aquello que les reporte un mayor beneficio (una hipótesis que le encanta a los economistas ortodoxos y liberales, todo hay que decirlo).
Ante un descenso generalizado de los precios, empresarios y consumidores "racionales" paralizarían sus inversiones y reducirían su consumo (¿para qué comprar hoy si los precios bajarán mañana?). Por eso, la deflación es incluso más temida que la inflación, porque induce al hundimiento de la producción, al paro y a la depresión.
  • Al igual que las devaluaciones monetarias, las devaluaciones internas sólo tienen sentido si un número limitado de países las llevan a cabo al mismo tiempo. Cuantos más países las pongan en práctica, más se verá afectada la demanda global y más profunda será la recesión. El objeto de la devaluación  interna es aumentar las exportaciones del país, pero en un entorno como el actual, en el que todos los países europeos están practicándola, ninguno de ellos conseguirá aumentar sus exportaciones de forma significativa (más aún en el ámbito de la Unión Europea, donde la mayor parte del comercio exterior de cada país se realiza con otros socios de la Unión).
En este contexto, cobran sentido las palabras de Mariano Rajoy, que en la cumbre UE/Latinoamérica que se celebró hace poco en Chile afirmó que los países que pudieran permitírselo tendrían que llevar a cabo políticas expansivas para que no se desplomase la demanda global europea. Y mucho más reveladoras fueron las palabras de Angela Merkel al contestar a Rajoy que España tendría que aumentar sus exportaciones a América Latina, reconociendo así que no es previsible un aumento de las exportaciones a otros países de la Unión Europea.
  • Los defensores de la devaluación interna minusvaloran el peso de las importaciones. Al llevarla a cabo se reduce el precio de los productos nacionales, pero no el de las importaciones, lo que afectará al nivel de vida de la población. Es cierto que, de tener éxito, las pautas de consumo irían reajustándose y los compradores dejarían de comprar bienes extranjeros, pero se olvida un hecho fundamental: países como España son completamente dependientes en materia energética. Con unos salarios reducidos y una población empobrecida, los consumidores acusarían muchísimo el elevado precio de bienes tan esenciales como la gasolina.
Más allá de los razonamientos puramente teóricos, descendamos al terreno de los datos objetivos. En este sentido, me pareció muy interesante una entrada del blog de Alberto Garzón (Pijus Economicus, os lo recomiendo si no queréis perder completamente la fe en la política) en la que se aportaba el dato de que el 99'89 % de las empresas españolas eran pequeñas y medianas empresas (PYME). Aunque muchas de ellas deban mirar a los mercados exteriores para crecer, el ámbito natural de una PYME es el mercado interior. Enfocar toda la política económica española al aumento de las exportaciones supone someter todo el tejido económico y empresarial español a un choque tremendo y sistémico cuyos daños pueden ser incalculables.

Ahondando en estos datos, en la misma entrada se comenta que un estudio del BCE (ni más ni menos que del BCE, guardián de la ortodoxia en la Unión Europea) afirma que el principal problema de las empresas españolas a la hora de contratar nuevos trabajadores es encontrar nuevos clientes. Es decir, el objetivo de la mayor parte de nuestras empresas es el mercado interior y su mayor preocupación es aumentar sus ventas... ¿es lógica una política económica centrada en empobrecer a la población española? 

Pero por encima de todos estos datos y argumentos económicos creo que prevalece un argumento de orden moral: la devaluación provoca un gran sufrimiento en la población, algo que ningún buen gobernante debería asumir tan alegremente.
No se trata sólo del empobrecimiento que genera la reducción de los salarios. Me refiero también al sufrimiento que causa el temor a perder el puesto de trabajo, a los daños que provocan la inseguridad y la pérdida de autoestima, al dolor que se siente al tener que abandonar a tu familia y marcharte a otro país cuando son las circunstancias las que te obligan a ello.

Y por si esto fuera poco, por si las razones expuestas no fueran suficientes, la mayor parte de este sufrimiento es absurdo e innecesario. Por poner dos ejemplos, ¿en qué ayuda a las exportaciones nacionales que las peluqueras o los camareros españoles cobren un menor salario? ¿es que van a venir clientes de Francia a peinarse a una peluquería de Aluche porque es más barato que en Marsella? ¿se tomarán los trabajadores de un despacho de Baviera el café en un bar de Oviedo porque es más barato que en el que tienen camino del trabajo? ¿de verdad vale la pena que esos trabajadores estén sufriendo bajadas salariales y sientan inseguridad en su puesto de trabajo?
¿De verdad?

Para ilustrar este último razonamiento y resumir la idea central del artículo, me gustaría concluir esta entrada con unas palabras del premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, uno de mis economistas de cabecera:
"Cuando alguien tira bombas desde los diez mil metros de altura no ve la gente que sufre el bombardeo, está totalmente desconectado del horror y del dolor que provocan sus bombas. Es como si jugase a marcianitos. En gran medida, los economistas sólo ven a la gente a través de las estadísticas: la tasa de desempleo, la inflación... No piensan en la gente que al aplicarse unas medidas se quedará sin trabajo, ni en lo que le pasará a sus familias, ni en lo que ocurrirá con escuelas y hospitales si se toman medidas drásticas para reducir el déficit presupuestario. Todo se reduce a cifras macroeconómicas. No se introducen valoraciones sobre el coste humano."


2 comentarios:

  1. Impresionante exposición. Nunca había pensado en esto y muy acertado lo de los camareros y las peluqueras.

    El daño emocional que esta crisis está causando no tiene parangón. Impresionante. Nos tiene acojonados a todos, sin distinción de estudios, posición, etc...

    ResponderEliminar
  2. Pues sí. Tanto daño a tanta gente por un dogma más religioso que científico que nos imponen desde otro sitio.

    ResponderEliminar