viernes, 14 de junio de 2013

DE CÓMO LOS MERCADOS FINANCIEROS ACABARON CON EL IMPERIO DONDE NO SE PONE EL SOL

Hace unos meses, llevé a cabo un experimento del que me sentí muy satisfecho, cuando en la entrada dedicada al Islam como ejemplo de liberalismo económico fusioné Historia y Economía. Sin que sirva de precedente, vuelvo a dedicar un par de entradas (esta y la siguiente) a la Historia. En este caso, hablaré de la España de los austrias, centrándome en las relaciones de los monarcas españoles con los banqueros de su tiempo, en la Hacienda y el sistema tributario español de la Edad Moderna y en cómo repercutieron en la marcha de la economía española y castellana.
Más allá de su interés puramente histórico, me parece que estos temas cobran especial interés si los comparamos con la situación e instituciones actuales. Espero que lo disfrutéis.

PROSPERIDAD CASTELLANA EN EL SIGLO XVI

Durante el siglo XVI, el reino de Castilla experimentó un período de gran prosperidad. Esta prosperidad se apoyó en cinco pilares:

  • Crecimiento demográfico: en 1500, la población de la Península Ibérica era de algo más de cinco millones de habitantes; en 1600 era de siete millones y medio. Un 80% de esta población vivía en Castilla.
  • Expansión agraria: los campesinos constituían un 75% de la población castellana, por lo que es normal que la agricultura fuera el sector económico más importante. Durante el siglo XVI, la subida de los precios agrarios que se produjo gracias al aumento de la demanda estimuló un mejor aprovechamiento de los recursos y un aumento de la producción agrícola.
  • Desarrollo urbano: la creciente tasa de urbanización dinamizó el comercio e impulsó los sectores manufactureros. Aunque la población agraria era mayoritaria, los núcleos rurales dependían de las ciudades más cercanas, ya que gracias a la actividad comercial urbana podían abastecerse de aquello que necesitaran.
  • Intercambios comerciales con el resto de Europa, especialmente con Italia, Francia, Inglaterra o los Países Bajos. Algunos de los productos castellanos que conquistaron los mercados internacionales gracias a su calidad fueron la lana, el trigo, el aceite o los capullos de seda.
  • Tráfico mercantil con el continente americano: lógicamente, como potencia descubridora y colonizadora, Castilla tuvo un estatus privilegiado en el comercio con las Indias. Por una parte, el descubrimiento de América permitió a la Corona española acceder a un inmenso tesoro: sus minas de plata, de cuya producción al Rey le correspondía la quinta parte en concepto de impuestos. Pero de los puertos de Portobelo (Panamá) y Veracruz (Méjico) no sólo partían metales preciosos, sino que el tráfico comercial entre metrópolis y colonias fue muy intenso.
Imagen del puerto de Sevilla, punto de entrada del enorme flujo de riquezas procedentes de América.


LA CORONA Y LOS MERCADERES-BANQUEROS

Lógicamente, tal prosperidad en lo económico se reflejó en el ámbito político y militar. Los ingresos fiscales que el Rey de España obtenía en Castilla no eran equiparables a los de casi ningún otro monarca de su tiempo, y por supuesto tampoco podían compararse a los que obtenía la Corona en ningún otro de sus territorios (más del 80% de los ingresos del Rey se apoyaban en la fiscalidad castellana). Precisamente el inicio del siglo XVI, con el tramo final del reinado de los Reyes Católicos, pone las bases de la hegemonía española, que se extendió durante los reinados de Carlos I y Felipe II en el siglo XVI y que se iría perdiendo con los reinados de Felipe III y Felipe IV en el siglo XVII.

La defensa de la Monarquía Hispánica en Europa exigió la presencia de un poderoso ejército en las zonas de conflicto, los tercios, al que hubo que sumar las armadas y flotas de galeras que garantizaban las comunicaciones y el comercio entre los territorios de la Corona. Por otra parte, a los intereses políticos y dinásticos de los monarcas españoles se unieron las numerosas guerras que se entablaron por motivos religiosos tras la reforma protestante. Los mercenarios, las fortificaciones, los buques de guerra, el aprovisionamiento de los soldados e incluso la compra de alianzas demandaron un importante y costoso esfuerzo para la Corona.

El mantenimiento de los tercios era extraordinariamente costoso.
Sin embargo, mucho más que hoy en día, la recaudación fiscal tenía un carácter estacional. Los monarcas no disponían del dinero cuando lo necesitaban, sino cuando se efectuaba el pago de impuestos en dos o tres momentos del año. Para conseguir el dinero que demandaban la conservación de su imperio y sus intereses dinásticos y religiosos, los reyes españoles tuvieron que acudir al crédito.

Había diversos tipos de entidades bancarias a las que acudir en busca de financiación: bancos de Corte, bancos de ferias, bancos particulares de carácter público que aparecieron en las principales ciudades castellanas, etc. Pero los banqueros preferidos por los monarcas españoles fueron los mercaderes-banqueros, hombres de negocios que, además de dedicarse a la banca comercial, realizaban préstamos a las haciendas reales y especulaban con activos financieros. Aunque los reyes españoles trabajaron con banqueros de muchas nacionalidades (flamencos, alemanes, portugueses, incluso algunos castellanos y catalanes...), con los que más negocios hicieron fue con los banqueros genoveses.

Jacob Fugger, banquero de la Edad Moderna
Lo cierto es que el interés entre monarcas y banqueros era mutuo, pues estos ya habían fijado su mirada en Castilla. 
Hay que tener en cuenta que, tal y como ocurre hoy en día, los banqueros no prestaban su dinero sino que eran intermediarios: captaban el ahorro de inversores adinerados (comerciantes, terratenientes...) y lo prestaban a quien lo necesitase (a menudo, a los reyes para financiar sus guerras). Por tanto, el interés de los banqueros en Castilla era doble: por un lado, su prosperidad le proporcionaba una creciente fuente de ahorro; por otro lado, las necesidades financieras de los reyes les brindaban grandes oportunidades de negocio. En este sentido, un factor determinante para el desarrollo de las actividades financieras, no sólo en Castilla sino en toda Europa, fue la intensa actividad política y militar de los nuevos monarcas absolutos de la Edad Moderna, que necesitaban ingentes cantidades de dinero para llevar a cabo sus propósitos y fueron decisivos en la propagación de las actividades de giro y de crédito. Por último, cabe destacar que los ingresos extraordinarios de la Hacienda Real (remesas de las Indias, contribuciones eclesiásticas, servicios de las Cortes...) eran una golosina difícil de rechazar para los banqueros.


"MERCADOS FINANCIEROS" DE LA EDAD MODERNA

Llegados a este punto, conviene detenerse a analizar las distintas fórmulas de crédito, procedimientos y figuras legales que se desarrollaron en torno a las operaciones financieras que tuvieron que llevar a cabo los monarcas españoles:

CRÉDITO A CORTO PLAZO.
  • Asientos: contratos por los que un prestamista suministraba un anticipo de dinero a la Corona en las fechas y lugares requeridos. Su coste financiero era elevado (un mínimo del 1% mensual más costes adicioneales). Además, debido a que en la mayoría de los casos los capitales no se devolvían en las fechas señaladas, la acumulación de intereses dobló con frecuencia el importe de las sumas obtenidas.
  • Cambios: asientos que, además de un préstamo, suponían una transferencia de dinero entre distintos territorios de la Monarquía (Castilla, Flandes, Nápoles, etc.), por lo que podían verse afectados por las fluctuaciones en el valor de las monedas (recordad esto). Los cambios supusieron un gran coste para la Corona, pero las continuas campañas militares desarrolladas en el teatro de operaciones europeo los hicieron indispensables. Esta fue también una de las razones del auge de los mercaderes-banqueros, ya que los reyes tuvieron que acudir a auténticos profesionales de la movilización de capitales entre territorios tan dispares.
  • Consignaciones: ingresos de la Hacienda Real. Como ya hemos mencionado, la mayor parte de los ingresos de la Monarquía Hispánica se apoyaban en la fiscalidad castellana. Dado que la mayor parte de los impuestos gravaban el consumo, las principales consignaciones tenían lugar en las grandes ciudades, en las ferias (Medina del Campo, Villalón, Medina del Río Seco...) y en la Casa de Contratación de Sevilla.
  • Deuda Flotante: deuda que el erario real mantenía con sus prestamistas por los cambios y asientos pendientes de pago. Por tanto, era la deuda a corto plazo de la Corona con los banqueros.
  • Libranzas: órdenes de pago realizadas por la Corona a favor de sus prestamistas para devolver el dinero prestado en cambios y asientos. Tenían lugar aprovechando los ingresos de la Corona en las consignaciones.
CRÉDITO A LARGO PLAZO
  • Juros al quitar: títulos que se vendían en el mercado de ahorradores, muy similares a las actuales emisiones de deuda pública. Daban lugar al pago de unos intereses anuales cuyos tipos solían oscilar entre el 5 y el 7%. Los principales inversores en juros fueron los grupos más adinerados de la sociedad castellana, que copaban un 90% del mercado de estos títulos.
  • Deuda consolidada o Principal: volumen total de deuda que suponían para la Hacienda Real los juros aún no amortizados. Por tanto, era la deuda a largo plazo de la Corona con ahorradores y banqueros.


IMPUESTOS Y TRIBUTOS EN LA ESPAÑA DE LOS AUSTRIAS

Los asientos y el mercado de los juros se convirtieron en el eje de la política hacendística española, hasta llegar incluso a configurar el sistema fiscal e impositivo con objeto de satisfacer las deudas del Rey. Lógicamente, dicho sistema fiscal era muy distinto al actual; los principales tributos que ingresaba la Corona en tiempos de Felipe II eran los siguientes:
  • Alcabalas: impuesto indirecto que gravaba las compraventas de bienes raíces, paños y productos alimenticios. Generalmente suponía un recargo del 10% del valor del bien. Era, con diferencia, el impuesto que más ingresos generaba para la Hacienda Real (junto con las tercias, podía suponer perfectamente un 30% de los ingresos de la Corona).
  • Tercias: parte que le correspondía al Rey del diezmo eclesiástico. El diezmo era un impuesto por el que cada creyente debía pagar a la Iglesia una décima parte de los frutos de la agricultura o ganadería obtenidos por él (dicho pago podía realizarse en especie). Los diezmos se distribuían en tercios en función de su destino: un tercio se dedicaba a la construcción de iglesias, otro a sufragar los gastos del personal eclesiástico y otro lo recibía el episcopado. Desde tiempos de Fernando III, el Rey obtenía dos tercios (de ahí el nombre del impuesto) de la parte destinada a los templos, lo que suponía dos novenos del total del diezmo.
  • Maestrazgos: tributo que abonaban los maestres por razones de dignidad o grandeza al objeto de tener un estatus diferente al resto de los súbditos del Rey dentro de la sociedad de clases propia de la época. Podían suponer en torno al 3% de los ingresos de la Corona.
  • Almojarifazgos: impuestos aduaneros equivalentes a los actuales aranceles, que se pagaban por el traslado de mercancías que ingresaban o salían de los reinos de España o transitaban entre los diversos puertos peninsulares y/o americanos. Lógicamente, el mayor volumen de este impuesto se recaudó gracias a las mercancías que entraban o salían con destino u origen en las Indias desde el puerto de Sevilla, que disponía del monopolio del comercio con las colonias americanas. Sin embargo, también se cobraba el paso de mercancías entre fronteras interiores, como ocurría en el "puerto seco" entre las coronas de Castilla y Aragón. Este impuesto se llamaba así porque el encargado de su recaudación era el almojarife (término de origen árabe equivalente al de "inspector"). Podía suponer un 10% de los ingresos de la Corona.
  • Regalías: tributo que se pagaba a la Corona por el derecho de explotación de minas u otros yacimientos, así como por obtener licencias para la trata de esclavos. Podían suponer un 4% de los ingresos reales.
  • Servicios de Cortes: ingresos extraordinarios que el Rey solicitaba a las Cortes de Castilla para financiar gastos o devolver préstamos.
  • Millones: impuesto indirecto que se aplicaba sobre el consumo de vino, vinagre, aceite, carne, jabón y velas de sebo. Fue introducido por Felipe II para reponer las arcas del Estado y reconstruir la armada tras el desastre de la Invencible. Aunque nació con carácter extraordinario, pronto se convirtió en ordinario. Podía suponer entre el 16% y el 17% de los ingresos de la Corona.
  • Gracias Pontificias: aunque la Iglesia no pagaba impuestos (como hemos visto, incluso recaudaba un impuesto propio, el diezmo), para mantener sus privilegios ante el Rey hubo de conceder una serie de contribuciones para el sostenimiento del Estado. Al margen de las tercias reales, que ya hemos visto, la Santa Sede concedió "tres gracias" al Reino de España, que suponían aproximadamente un 10% de los ingresos de la Corona en tiempos de Felipe II:
  • Cruzada: impuesto implantado por los Reyes Católicos al Papa para ayudar a financiar la conquista de Granada, aunque siguió recaudándose en los siglos posteriores. Los papas lo utilizaron para presionar a los reyes y conseguir que lucharan contra los infieles (como, por ejemplo, el Imperio Otomano). Suponían en torno al 5% de los ingresos de la Corona.
  •  Subsidio eclesiástico: impuesto sobre alquileres y tierras propiedad de la Iglesia, cuya naturaleza fue el origen de disputas con la Santa Sede. Podía suponer un 3% de los ingresos de la Corona.
  •  Excusado eclesiástico: impuesto implantado por Felipe II en 1571, que gravaba a una casa elegida por la Corona entre las de cada parroquia (normalmente, se elegía a alguna de las más pudientes). Los diezmos que a dicha casa o hacienda le correspondiera ceder a la Iglesia eran pagados al Rey, con lo que el pagador quedaba "excusado" de hacerlo a la Iglesia. Suponía en torno al 2% de los ingresos de la Corona.
Hasta aquí se han indicado los impuestos más importantes de la Corona, pero existían otros de menor magnitud (el de la sal, el de la lana, etc.), ya que la voracidad de la Hacienda Real era insaciable dadas sus necesidades. A estos ingresos habría que añadir las Remesas de Indias, que a finales del siglo XVI suponían cerca del 25% de los ingresos de la Corona.


Fuente: revista El Horizonte nº 57 (abril 2003)
El Recaudador de Impuestos, por Pieter Brueghel el Joven.


LAS BANCARROTAS DEL REY

El objetivo primordial de la Hacienda castellana pasó a ser el mantenimiento de unos niveles de deuda flotante y consolidada compensados entre sí y la obtención de ingresos tanto ordinarios como extraordinarios que permitieran el pago de dichas deudas.

En diversas coyunturas -fluctuaciones de las remesas de las Indias, contracción de la oferta crediticia, evolución de los conflictos exteriores, relaciones del Rey con las Cortes, acumulación de déficits crónicos, etc.- los ingresos de la Hacienda Real no bastaban para hacer frente a las deudas del Rey y se producía una bancarrota. Hubo cuatro bancarrotas en el reinado de Felipe II, en 1557, 1560, 1575 y 1596. En todos estos casos, las bancarrotas se produjeron por suspensiones de pagos de la deuda flotante(cambios y asientos), mientras que el pago de la deuda consolidada (juros) siguió produciéndose sin interrupciones.

El procedimiento de la bancarrota comenzaba con una declaración en la que se expresaba el rechazo hacia la deuda a corto plazo alegando que los beneficios adquiridos por los banqueros habían sido espurios y abusivos. Posteriormente, tras intensas negociaciones, el Rey y sus asentistas se reconciliaban y firmaban un acuerdo de devolución de los débitos pendientes conocido como "medio general". Estos acuerdos solían consistir en la conversión forzosa de los cambios y asientos pendientes de pago en juros a largo plazo (es decir, la deuda flotante no satisfecha se convertía en deuda consolidada).

Los objetivos perseguidos por el Rey con cada declaración de bancarrota eran varios: frenar los intereses de demora generados por los asientos impagados, liberar los ingresos destinados al pago de la deuda flotante a asuntos más urgentes, forzar a los asentistas a reducir los tipos de interés, saldar las deudas por asientos pendientes de pago convirtiéndolos en títulos de deuda consolidada... Quizás este último objetivo sea en el que se consiguió un mayor éxito, aunque al coste de acentuar el domino de los mercaderes-banqueros sobre las finanzas reales, ya que en las negociaciones consiguieron privilegios en la explotación de diversos espacios fiscales y en la comercialización de los juros, lo que redujo la capacidad recaudatoria de la Corona y abrió la puerta a la especulación financiera.

Con todo, lo peor de esta carrera por conseguir ingresos y del dominio de los banqueros fueron las consecuencias que tuvieron en la prosperidad castellana. El aumento imparable de los gastos de la monarquía (sobre todo en cuestiones militares) y las exigencias de pago cada vez mayores por parte de los banqueros hicieron que la política económica del Rey se orientara a conseguir ingresos a toda costa, algo que acabaría perjudicando gravemente a la economía castellana.

A partir de 1580, en la segunda mitad del reinado de Felipe II, la economía castellana dio claras muestras de agotamiento, tras décadas de extenuante presión fiscal y de sostener la política imperial de los austrias. Esas dificultades se agravarían durante el reinado de Felipe III y se enquistaron definitivamente con la llegada de Felipe IV.

Pero de esto, como se suele decir, hablaremos en otro momento. En concreto, en nuestra próxima entrada...


Carlos I y Felipe II sentando las bases del futuro desastre español...

Próximo capítulo: ¡Anochece en el Imperio donde no se pone el Sol!

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