martes, 18 de junio de 2013

DE CÓMO LOS MERCADOS FINANCIEROS ACABARON CON EL IMPERIO DONDE NO SE PONE EL SOL (II)

En la anterior entrada contamos cómo la prosperidad castellana del siglo XVI se asentó en cinco pilares: crecimiento demográfico, expansión agraria, desarrollo urbano, intercambios comerciales con Europa y tráfico mercantil y de metales preciosos con las Indias. A continuación, en esta entrada veremos cómo la extenuante búsqueda de ingresos por parte de la Hacienda Real para satisfacer las deudas del Rey con los banqueros acabó socavando uno por uno la mayoría de estos pilares a finales del siglo XVI, y cómo las medidas desesperadas tomadas durante la primera mitad del XVII para mantener la hegemonía española acabaron provocando la ruina absoluta del reino.


FELIPE II: LAS SUBIDAS DE IMPUESTOS SOCAVAN LAS BASES DE LA PROSPERIDAD CASTELLANA

La enorme deuda que Carlos I legó a Felipe II le obligó a declararse en bancarrota (que como vimos, era una suspensión de pagos de la deuda a corto plazo con los prestamistas) en el segundo año de su reinado, en 1557. Esta primera suspensión de pagos sería seguida de una segunda bancarrota en 1560. Con ambas órdenes, el propósito de Felipe II era liquidar definitivamente la herencia de Carlos I, haciendo gravitar la financiación de su Hacienda sobre una aplicación sistemática de los recursos indianos (utilizando la Casa de Contratación de Sevilla como caja de deuda consolidada -es decir, a largo plazo-) y sobre un aumento de los ingresos de la Corona (léase impuestos) para librarse del control de los banqueros.

Así, en 1560 Felipe II trató de aumentar sus ingresos subiendo los impuestos, tanto aquellos que requerían la aprobación de las Cortes (alcabalas) como los que no (almojarifazgos, regalías por la explotación de minas, derechos de lanas, estanco de la sal, etc.). Sin embargo, el proyecto fracasó y desde 1561 se acentuó el dominio de los mercaderes-banqueros, a los que el Rey concedió privilegios en la emisión de deuda consolidada y en la explotación de diversos espacios fiscales (lo que a su vez menguaba los ingresos impositivos de la Hacienda Real). Este dominio de los banqueros empujó a la Corona a un precipicio financiero que conduciría a una nueva bancarrota en 1575.

Despliegues bélicos y navales como el de Lepanto costaban mucho dinero.

En 1590, el Rey introdujo una nueva figura impositiva, los millones, pero la economía castellana ya no gozaba del dinamismo y fortaleza necesarios para soportar más cargas y las bases de su prosperidad estaban más que erosionadas:
  • En el último cuarto del siglo XVI, la producción agraria comienza a dar muestras de no poder abastecer a toda la población: en torno a 1575 y 1578 se habla de superpoblación en Castilla la Nueva, región sobre la que se cierne el fantasma del hambre; en 1580, grandes zonas rurales de ambas Castillas se encuentran al borde del colapso mientras que Andalucía hace una década que pasó a ser importadora de grano. Además, si la moderada inflación de la primera mitad del siglo sirvió para estimular la producción, la afluencia de metales preciosos y la masiva acuñación de moneda provocó su devaluación y dispararon una inflación que a finales de siglo solo sirvió para castigar y empobrecer a la población y para arruinar a agricultores.
  • Las continuas guerras con Francia, Inglaterra y los Países Bajos asestaron un golpe brutal al comercio con Europa. En concreto, al ser el mercado flamenco el mayor importador de lana castellana, la guerra en los Países Bajos cerró las fronteras a los intercambios comerciales y provocó una fuerte recesión en el sector.
  • La población, empobrecida y mal alimentada, cayó pasto de las epidemias, siendo la más grave la peste de 1596-1602. Si a esto unimos el descenso de la natalidad y la emigración a las Indias (en 1600 había unos 250.000 españoles en América, cuando el reino de Aragón estaba habitado por unas 300.000 personas), podemos hablar claramente de estancamiento de la población (cuando no de descenso).
  • La agobiante presión fiscal y el aumento del coste de la vida acarrearon la destrucción de puestos de trabajo en las manufacturas urbanas. Las principales ciudades castellanas perdieron población, lo que aceleró la contracción de la actividad económica. Hay que tener en cuenta que el crecimiento de la economía castellana se había basado en gran medida en la creciente tasa de urbanización. Especialmente perjudicada se vio la Corona, ya que la colaboración de las autoridades municipales había permitido crear un eficiente sistema de recaudación de impuestos como las alcabalas. Además, la reducción de la actividad comercial urbana obligó a muchos núcleos rurales dependientes de las ciudades a ser más autosuficientes, provocando así una contracción del comercio local, una menor división del trabajo y la especialización y un descenso en la productividad de la economía castellana.
  • Así las cosas, el único pilar de la economía castellana que se mantenía firme a finales del siglo XVI era el tráfico con las Indias. El flujo de plata a la Casa de Contratación no comenzó a menguar hasta 1610, no pudiendo hablarse de un descenso brusco hasta la década de 1640. En cuanto al tráfico mercantil, alcanzó su cenit en 1608, cuando se consignaron 45.078 toneladas de mercancías en las dos flotas de ida; este volumen comercial comenzaría a descender a partir de 1620 debido a causas como los naufragios, el acoso de la piratería, el espectacular aumento del contrabando y el desarrollo de vías alternativas al régimen de monopolio.
Las ferias, una de las mayores fuentes de riqueza de la economía castellana, sucumbieron bajo el peso de los impuestos.


FELIPE III: CORRUPCIÓN, ESPECULACIÓN FINANCIERA Y MENTALIDAD RENTISTA.

Aunque el suyo fue un reinado pacífico comparado con los que le precedieron (y los que le siguieron), Felipe III se vio obligado a declarar una nueva bancarrota en 1607 y a negociar la forma de devolución de la deuda a corto plazo.

Al año siguiente, en la Diputación del Medio General de 1608, los hombres de negocios apuntalaron su dominio sobre las emisiones de deuda pública a través de los denominados "crecimientos de juros", que les otorgaban la facultad de negociar con dichos títulos (recordemos que Felipe II ya les había concedido privilegios en la emisión de los juros), lo que abrió la puerta a la especulación financiera y trasladó a los ahorradores castellanos el peso de la devolución de la deuda de la Corona (al hilo de la especulación, conviene aclarar que todo lo que el gobierno de Felipe II y su valido el Duque de Lerma no tuvo de guerrero lo tuvo de corrupto y de ladrón).

El continuo recurso al crédito para mantener los elevadísimos niveles de gasto dinástico y el crecimiento imparable de los niveles de deuda consolidad tuvieron una consecuencia que sería crucial para la economía castellana: se impuso una mentalidad rentista. Invertir en actividades productivas carecía de incentivos: para los grupos más adinerados de la sociedad castellana resultaba menos atractivo emprender negocios que invertir en juros, ya que gozaban de una alta rentabilidad (entre el 5 y el 7%, como hemos visto), no requerían ningún esfuerzo físico ni trabajo alguno de gestión y ofrecían una gran seguridad, pues estaban garantizados nada más que por el Rey de España. Así, mientras que en Inglaterra, los Países Bajos o los estados alemanes se fue desarrollando una élite emprendedora que dinamizó la economía, en Castilla se instaló una élite de oligarcas ociosos.


Mientras en el norte de Europa se desarrollaba una élite de emprendedores, las clases pudientes castellanas adoptaron una mentalidad rentista.


FELIPE IV: SUBIDAS DE IMPUESTOS, DESASTRE MONETARIO Y LIQUIDACIÓN DEL PATRIMONIO REAL.

Si el reinado de Felipe III había sido tranquilo en lo militar, el de Felipe IV comenzó con el restablecimiento de las hostilidades contra Holanda en 1621 y estuvo dominado por las guerras contra Francia a partir de 1631. En este sentido, la política fiscal y monetaria del valido del Rey, el Conde-Duque de Olivares, se orientó a conseguir ingresos a toda costa, aunque ello perjudicara gravemente a la economía y a las instituciones castellanas.

Debido a todos los factores ya mencionados, que continuaron agravándose, los ingresos obtenidos por la Hacienda Real fueron cada vez menores. Para compensarlo, se crearon nuevos impuestos y se aumentaron los existentes, pero sólo se consiguió aumentar el fraude y acelerar el proceso de contracción económica.

La Corona optó entonces por manipular la moneda. Así, comenzaron a acuñarse monedas de vellón, una aleación de plata y cobre, en las que se aumentó considerablemente el peso del cobre y se suprimió la plata. La abundancia de cobre permitió a la Corona acuñar monedas a su antojo e inundar de dinero la economía (hoy diríamos que "le dio a la máquina de imprimir billetes"). El propósito de la Corona era utilizar esas monedas para pagar sus deudas a corto plazo, pero como suele ocurrir cuando se manipulan sin control magnitudes macroeconómicas (y más si son monetarias) le salió el tiro por la culata.


Monedas de cobre emitidas durante el reinado de Felipe IV

En un principio, la Corona decidió que el valor facial de las monedas de cobre fuese el mismo que el de las tradicionales monedas de plata (aunque el Rey se reservaba el derecho de cambiar dicho valor cuando lo considerase necesario). Sin embargo, particulares y banqueros, conocedores del menor valor de la moneda de vellón, comenzaron a exigir un sobreprecio si los pagos se realizaban con monedas de cobre. La inflación galopante que se desató descoyuntó la maltrecha actividad comercial, arruinó a muchos castellanos y afectó muy especialmente a los ahorradores.

El pueblo intentó desprenderse de las monedas de vellón provocando que estas desplazasen en la circulación a las de más calidad: se pagaba con cobre y se guardaba la plata. En vista del riesgo que suponía manipular monedas por la rápida pérdida de valor que experimentaban, se incentivó la exportación de capitales y la inversión en bienes inmuebles. El dinero buscó refugio y dejó de moverse, lo que supuso la puntilla definitiva para la maltrecha propensión a invertir castellana.

Por último, la Corona no tardó en probar su propia medicina, pues si pagaba a sus acreedores con monedas de vellón, pronto comenzó a recibir esa misma moneda al cobrar impuestos. En 1647, año en que nuevamente suspendió pagos, la práctica totalidad de su recaudación de impuestos fue en monedas de cobre. Y sin embargo, sus ejércitos en Europa exigían que se les pagase en monedas de plata. Las remesas de las Indias se convirtieron en el único ingreso en plata que recibía la Corona (razón por la que tenía que utilizarlas como aval para solicitar nuevos préstamos), aunque el flujo de plata descendió bruscamente en la década de 1640, como ya dijimos.

De forma casi desesperada, la Corona intentó aumentar sus ingresos vendiendo parte de su patrimonio. Así, se vendieron tierras baldías, hidalguías, el derecho a cobrar impuestos en determinadas localidades, cargos en la Administración Real, oficios vinculados al gobiernos de villas y ciudades, etc. Los banqueros genoveses, muy favorecidos con estas medidas y que no dejaron de acumular poder desde el siglo anterior, se ganaron la animadversión del pueblo, que los llamaba "hidras" y "polillas".


Hidras y polillas contando sus ganancias
Las dificultades financieras de la Corona fueron tantas que en 1625 se produjo la primera suspensión en el pago de la deuda consolidada. Todas estas dificultades pasaron factura a la relación con los banqueros. Si a finales del siglo XVI los principales banqueros de Europa competían entre sí para ser invitados a negociar con el Rey de España, en torno a 1640 la Corona sufría para encontrar crédito. Hoy diríamos que España "había perdido la confianza de los mercados".


¿QUÉ HEMOS APRENDIDO DE ESTA HISTORIA?

La historiografía española suele denominar "austrias mayores" a Carlos I y Felipe II, mientras que Felipe III, Felipe IV y Carlos II reciben el calificativo de "austrias menores" al haberse desarrollado sus reinados en una época de clara decadencia económica y política. Conocer un poco más a fondo la Edad Moderna española debería hacer que nos replanteáramos dichos calificativos, puesto que si España era la primera potencia mundial durante los reinados de los austrias mayores, está claro que durante los mismos se sentaron las bases de la futura decadencia.

Es triste comprobar cómo el expolio indiscriminado en aras de unos intereses dinásticos acabó con la riqueza de una sociedad próspera. Las riquezas que llegaban de América, que utilizadas de otra forma podrían haber significado una era de desarrollo sin precedentes, acabaron financiando el desarrollo industrial y mercantil de Holanda, Inglaterra y Francia, mientras empobrecían (vía endeudamiento) a la sociedad española.

Es bastante común comparar la decadencia española de los siglos XVI y XVII con la actual situación económica de Estados Unidos. Así, además del endeudamiento generalizado de la sociedad norteamericana (algo también aplicable a la actual sociedad española, por cierto), es frecuente hablar de las masivas emisiones de dinero por parte de ambas potencias: igual que la Reserva Federal ha inundado el mundo de dólares en las últimas décadas, también el Imperio Español emitió grandes cantidades de moneda, primero respaldadas por la plata americana y luego   recurriendo a materiales baratos como el cobre (con desastrosas consecuencias, como hemos visto).

En cualquier caso, no era el objeto de este artículo establecer una comparación entre los Estados Unidos y el Imperio Español, ni tan siquiera llevar a cabo un estudio muy detallado del mismo. Tan sólo pretendía ofrecer una imagen general de los aspectos económicos y financieros de la época y de cómo una política económica errada y depredadora sumió en la ruina a una economía floreciente. Espero que os haya parecido interesante.

Esta imagen plasmada por G. Cerutti en su cuadro "Los Tres Mendigos" no debía ser una excepción en la España del siglo XVII

PD: el grueso de la información aportada en el artículo ha sido extraído de las revistas La Aventura de la Historia (nº 144, artículos de Carlos J. Carlos, Carlos Álvarez y Manuel Rivero Rodríguez) y El Horizonte (nº 57, artículo de Juan Carlos Fuentes Moreno). Al margen de ambas fuentes, también he consultado muchas páginas web, demasiadas como para citarlas todas.

PD II: el artículo se centra de forma casi exclusiva en la economía castellana, no haciendo casi ninguna mención al Reino de Aragón. Como se menciona en la primera parte del artículo, al margen de que la importancia de la economía castellana era muchísimo mayor, esto se debe a que los ingresos de la Corona española se apoyaban de forma exclusiva en la fiscalidad castellana.
Esto no quiere decir que aragoneses o catalanes no pagasen tantos impuestos como los castellanos. Más bien significa que sus impuestos acababan fundamentalmente en manos de los nobles y oligarcas de sus regiones, no en las del Rey.

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