Como sabéis, la llegada de Podemos ha generado un auténtico terremoto en el panorama político español. En la siguiente entrada nos centraremos en una de las medidas más polémicas propuestas por la formación de Pablo Iglesias: la reestructuración de la deuda. En efecto, vamos a abordar la conveniencia o no de esta medida y, para ello, debemos hablar de uno de los problemas más graves de la economía española: el endeudamiento.
ENDEUDAMIENTO MASIVO.
Si tomamos datos oficiales del Banco de España, el endeudamiento total de la economía española en 2008, año en que oficialmente estalla la crisis, era de 3'98 billones de euros, una auténtica barbaridad, sobre todo si tenemos en cuenta que el PIB español era de algo más de un billón de euros. Ojo, no estamos hablando de deuda pública, sino de deuda total de la economía española, de la que la deuda del sector público es tan sólo una parte, como veremos a continuación.
En el siguiente gráfico podemos observar cómo se dividía este endeudamiento entre los distintos sectores de la economía. Además, para analizar cómo y en qué momento se generó toda esa deuda no sólo incluiremos los datos referidos a 2008, año en el que "oficialmente" comienza la crisis, sino también los de 1996, año en el que llega al gobierno José María Aznar y comienza el "milagro económico" español, y 2002, año en el que comienza a circular el euro.
Conviene detenerse un instante a analizar la magnitud de estas cifras. Que el endeudamiento de los cuatro sectores analizados fuese del 365'4 % del PIB en 2008 significa que la economía española debería dedicar TODO lo que produce al pago de su deuda durante más de tres años y medio para poder saldarla. Repito: TODO; es decir, no quedaría nada para comer, vestirse, inversión de las empresas, etc. Con lo que nos cuesta ahorrar a final de mes, ya os imaginaréis que devolver esa deuda es... digámoslo suavemente, peliagudo.
Observando con más detenimiento el gráfico queda de manifiesto la debilidad del crecimiento económico español: mientras que nuestro PIB creció un 229'5% entre 1996 y 2008, el endeudamiento de la economía española lo hizo un 524'42%. Si solo tenemos en cuenta la deuda privada, este aumento es mucho más alarmante y llegó al 850'10%. Es decir, para que el PIB se multiplicara por 2'29 hizo falta que el endeudamiento lo hiciera por 5'24 y la deuda de los agentes privados por 8'5. Como le he oído decir al economista Santiago Niño Becerra, la economía española sólo creció gracias a que se cargó con una mochila de deuda (aunque yo más bien hablaría de un container).
Aún peor, la mayor parte de ese endeudamiento ha sido fruto de una dinámica especulativa en torno a un bien concreto, la vivienda, que generó una gran inestabilidad en el sistema.
INESTABILIDAD SISTÉMICA.
En efecto, cuando el crecimiento de la economía se basa en una acumulación o revalorización de activos desconectada de fundamentos reales se genera una gran inestabilidad sistémica. Los bienes que pueden ser objeto de especulación son muy diversos: si el bien en torno al cual se generó una burbuja especulativa en España fue la vivienda (como también ocurrió en Estados Unidos, Reino Unido o Irlanda), en la crisis de 1929 se generó en torno a las acciones bursátiles... ¡y en la Holanda del siglo XVII en torno a los bulbos de tulipán!
Sin embargo, estas dinámicas especulativas no pueden mantenerse indefinidamente, como la Historia nos muestra una y otra vez. Cuando la separación entre el precio de un bien y su valor real alcanza un determinado punto crítico, la economía entra en una zona de fragilidad en la que cualquier acontecimiento puede desencadenar un auténtico huracán.
Una vez que la burbuja se rompe y el precio del bien sobrevalorado comienza a bajar, las deudas que se contrajeron para adquirirlo pierden la base que las respaldaba. Si el proceso no se detiene, llegará un momento en el que el valor de la deuda pendiente supere al precio del bien. En ese momento, gran parte de los agentes económicos se vuelven insolventes (en el caso de una familia hipotecada, vendiendo su piso no obtendría dinero suficiente para cancelar el préstamo hipotecario).
Antes de llegar a ese punto, para todas las personas y empresas era fácil cancelar una deuda: bastaba con vender la casa o los terrenos para cuya compra habían pedido un préstamo, venta con la que además conseguirían un beneficio. Tras la ruptura de la burbuja esto ya no es posible, pues el valor de la casa o de los terrenos es inferior al de la deuda pendiente con el banco. En los países en los que está permitida la dación en pago, como Estados Unidos, la devolución de la casa basta para cancelar la deuda; sin embargo, en España no se permite la dación en pago, por lo que el daño para las familias es mucho mayor.
En este punto se rompe uno de los axiomas fundamentales en Economía: los agentes económicos dejan de comportarse como maximizadores del beneficio y su principal objetivo pasa a ser minimizar sus deudas.
DERRUMBE DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA.
El proceso de desendeudamiento tiene consecuencias fatales para la actividad económica: la mayor parte de las familias tratan de ahorrar lo máximo posible para reducir sus deudas, lo que reduce el consumo. Las empresas, con una demanda a la baja y también con necesidad de devolver sus deudas, aplazan o cancelan sus proyectos de inversión, lo que afecta al empleo. El aumento del desempleo lleva a una reducción de los salarios, lo que se traduce en una disminución generalizada del nivel de renta y en nuevas caídas del consumo y la inversión... De este modo, la economía cae en un círculo vicioso que ahonda la recesión.
Para empeorar las cosas, las entidades financieras también están inmersas en un proceso de desendeudamiento, por lo que dejan de conceder créditos y estrangulan aún más la actividad económica (incluyendo aquellos sectores que no se habían visto afectados inicialmente por el parón de la actividad o aquellos otros en los que hay posibilidades de recuperación). Si a todo esto unimos que el sector vinculado a la burbuja especulativa, la construcción, era el más importante del país y el que más puestos de trabajo creaba (recordad que acaparaba el 50% de la inversión productiva), el cóctel es explosivo.
La experiencia histórica nos dice que los procesos de desendeudamiento suelen desembocar en crisis más intensas y duraderas de lo normal: así ocurrió con la "década perdida" latinoamericana en los años ochenta o con las últimas décadas de estancamiento económico en Japón. Los volúmenes de deuda son tan elevados que el ritmo al que se reduce son desesperadamente lentos.
Por eso se suele hablar de "digestión de la deuda", porque el proceso de recuperación de estas crisis es muy largo, y no cesará mientras los agentes económicos carguen con la losa de su endeudamiento. En este sentido, una crisis de deuda también se denomina "recesión de balances", porque los agentes económicos tratan de reducir sus deudas (que, por si no lo sabéis, están en el pasivo del balance).
¿Y ha tenido éxito este proceso de desendeudamiento? Veamos en el siguiente gráfico la lentitud con la que se desapalancó la economía española en el primer lustro de la crisis:
En una recesión de balances, la actuación del gobierno está mucho más limitada que en otras crisis:
PD: los datos incluidos en este artículo se han extraído en su mayor parte del libro Qué hacemos con la deuda, del colectivo qué hacemos, y del número 22 de la revista Alternativas Económicas, cuyo tema del mes estaba dedicado al pago o impago de la deuda pública.
En el siguiente gráfico podemos observar cómo se dividía este endeudamiento entre los distintos sectores de la economía. Además, para analizar cómo y en qué momento se generó toda esa deuda no sólo incluiremos los datos referidos a 2008, año en el que "oficialmente" comienza la crisis, sino también los de 1996, año en el que llega al gobierno José María Aznar y comienza el "milagro económico" español, y 2002, año en el que comienza a circular el euro.
- La deuda de las empresas (sociedades no financieras) ascendía en 2008 al 135'6% del PIB (1'475 billones de euros). Dentro de este endeudamiento tuvo un gran peso la inversión en el sector inmobiliario y la construcción, que llegaron a suponer un 47'6% de la inversión total (es decir, prácticamente la mitad de la inversión privada que se llevaba a cabo en el país era en el sector de la construcción). Pero aunque inmobiliarias y constructoras fueron las campeonas del endeudamiento, hay que tener en cuenta el proceso de expansión internacional de las grandes empresas españolas (bancos, petroleras, eléctricas, etc.) que tuvo lugar principalmente en América Latina y generó una gran necesidad de recursos financieros.
- La deuda de las familias ascendía al 83% del PIB en 2008 (913.000 millones de euros). La mayor parte de esta deuda estaba vinculada a la adquisición de viviendas. Ha sido corriente criticar a los ciudadanos diciendo que "vivieron por encima de sus posibilidades". Sin embargo, mientras que bancos y empresas se endeudaron buscando beneficios y plusvalías, las familias lo hicieron para adquirir un bien esencial brutalmente sobrevalorado; además, la ausencia de una política pública de vivienda que facilitase el alquiler o la adquisición de viviendas de protección oficial no dejó otra opción a muchas familias. De hecho, basar el crecimiento de la economía española en el desarrollo del sector de la construcción, como hicieron los gobiernos de Aznar y Zapatero, sólo podía acabar con un sobreendeudamiento de las familias.
- La deuda de las entidades financieras suponía en 2008 el 99'6% del PIB (1'08 billones de euros). Como se puede apreciar en el gráfico, la llegada del euro influyó de forma determinante en el endeudamiento de los bancos: si entre 2002 y 2008 el endeudamiento de familias y empresas se multiplicó por 2'4 y 2'3 respectivamente, en esos seis años el endeudamiento de los bancos se multiplicó por 7'5. Antes del euro, los bancos financiaban los créditos que concedían con los depósitos de sus clientes; tras la entrada en el euro, los bancos tuvieron que financiar la gran demanda de crédito de familias y empresas con capital europeo (principalmente alemán y francés), con lo que su deuda pasó de menos de 145.000 millones de euros en 2002 a más de un billón de euros en 2008 (algo de esto ya lo vimos en nuestra primera entrada, ¿os acordáis?).
- La deuda pública ascendía en 2008 al 47% del PIB (510.000 millones de euros). Este dato pone de manifiesto otra de las grandes falacias de la crisis: que ésta se debió al endeudamiento público y a un excesivo gasto del Estado. Que hubo despilfarro público es evidente (ahí están los aeropuertos sin aviones y las autopistas sin tráfico para atestiguarlo), pero la deuda pública no sólo disminuyó, sino que en 2007 hubo superávit de las cuentas públicas. Es cierto que esto se debió a que la burbuja especulativa generó un boom de ingresos fiscales (ingresos que se desvanecieron en cuanto la burbuja explotó), pero no es menos cierto que echar la culpa de la crisis al endeudamiento público es desviar la atención de sus auténticas causas.
Conviene detenerse un instante a analizar la magnitud de estas cifras. Que el endeudamiento de los cuatro sectores analizados fuese del 365'4 % del PIB en 2008 significa que la economía española debería dedicar TODO lo que produce al pago de su deuda durante más de tres años y medio para poder saldarla. Repito: TODO; es decir, no quedaría nada para comer, vestirse, inversión de las empresas, etc. Con lo que nos cuesta ahorrar a final de mes, ya os imaginaréis que devolver esa deuda es... digámoslo suavemente, peliagudo.
Observando con más detenimiento el gráfico queda de manifiesto la debilidad del crecimiento económico español: mientras que nuestro PIB creció un 229'5% entre 1996 y 2008, el endeudamiento de la economía española lo hizo un 524'42%. Si solo tenemos en cuenta la deuda privada, este aumento es mucho más alarmante y llegó al 850'10%. Es decir, para que el PIB se multiplicara por 2'29 hizo falta que el endeudamiento lo hiciera por 5'24 y la deuda de los agentes privados por 8'5. Como le he oído decir al economista Santiago Niño Becerra, la economía española sólo creció gracias a que se cargó con una mochila de deuda (aunque yo más bien hablaría de un container).
Aún peor, la mayor parte de ese endeudamiento ha sido fruto de una dinámica especulativa en torno a un bien concreto, la vivienda, que generó una gran inestabilidad en el sistema.
INESTABILIDAD SISTÉMICA.
En efecto, cuando el crecimiento de la economía se basa en una acumulación o revalorización de activos desconectada de fundamentos reales se genera una gran inestabilidad sistémica. Los bienes que pueden ser objeto de especulación son muy diversos: si el bien en torno al cual se generó una burbuja especulativa en España fue la vivienda (como también ocurrió en Estados Unidos, Reino Unido o Irlanda), en la crisis de 1929 se generó en torno a las acciones bursátiles... ¡y en la Holanda del siglo XVII en torno a los bulbos de tulipán!
Sin embargo, estas dinámicas especulativas no pueden mantenerse indefinidamente, como la Historia nos muestra una y otra vez. Cuando la separación entre el precio de un bien y su valor real alcanza un determinado punto crítico, la economía entra en una zona de fragilidad en la que cualquier acontecimiento puede desencadenar un auténtico huracán.
Una vez que la burbuja se rompe y el precio del bien sobrevalorado comienza a bajar, las deudas que se contrajeron para adquirirlo pierden la base que las respaldaba. Si el proceso no se detiene, llegará un momento en el que el valor de la deuda pendiente supere al precio del bien. En ese momento, gran parte de los agentes económicos se vuelven insolventes (en el caso de una familia hipotecada, vendiendo su piso no obtendría dinero suficiente para cancelar el préstamo hipotecario).
Antes de llegar a ese punto, para todas las personas y empresas era fácil cancelar una deuda: bastaba con vender la casa o los terrenos para cuya compra habían pedido un préstamo, venta con la que además conseguirían un beneficio. Tras la ruptura de la burbuja esto ya no es posible, pues el valor de la casa o de los terrenos es inferior al de la deuda pendiente con el banco. En los países en los que está permitida la dación en pago, como Estados Unidos, la devolución de la casa basta para cancelar la deuda; sin embargo, en España no se permite la dación en pago, por lo que el daño para las familias es mucho mayor.
En este punto se rompe uno de los axiomas fundamentales en Economía: los agentes económicos dejan de comportarse como maximizadores del beneficio y su principal objetivo pasa a ser minimizar sus deudas.
DERRUMBE DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA.
El proceso de desendeudamiento tiene consecuencias fatales para la actividad económica: la mayor parte de las familias tratan de ahorrar lo máximo posible para reducir sus deudas, lo que reduce el consumo. Las empresas, con una demanda a la baja y también con necesidad de devolver sus deudas, aplazan o cancelan sus proyectos de inversión, lo que afecta al empleo. El aumento del desempleo lleva a una reducción de los salarios, lo que se traduce en una disminución generalizada del nivel de renta y en nuevas caídas del consumo y la inversión... De este modo, la economía cae en un círculo vicioso que ahonda la recesión.
Para empeorar las cosas, las entidades financieras también están inmersas en un proceso de desendeudamiento, por lo que dejan de conceder créditos y estrangulan aún más la actividad económica (incluyendo aquellos sectores que no se habían visto afectados inicialmente por el parón de la actividad o aquellos otros en los que hay posibilidades de recuperación). Si a todo esto unimos que el sector vinculado a la burbuja especulativa, la construcción, era el más importante del país y el que más puestos de trabajo creaba (recordad que acaparaba el 50% de la inversión productiva), el cóctel es explosivo.
La experiencia histórica nos dice que los procesos de desendeudamiento suelen desembocar en crisis más intensas y duraderas de lo normal: así ocurrió con la "década perdida" latinoamericana en los años ochenta o con las últimas décadas de estancamiento económico en Japón. Los volúmenes de deuda son tan elevados que el ritmo al que se reduce son desesperadamente lentos.
Por eso se suele hablar de "digestión de la deuda", porque el proceso de recuperación de estas crisis es muy largo, y no cesará mientras los agentes económicos carguen con la losa de su endeudamiento. En este sentido, una crisis de deuda también se denomina "recesión de balances", porque los agentes económicos tratan de reducir sus deudas (que, por si no lo sabéis, están en el pasivo del balance).
- Los únicos agentes económicos que redujeron su endeudamiento durante la crisis, aunque de forma muy leve, fueron las empresas y familias. El caso de las familias fue especialmente meritorio, ya que la bajada de los salarios y los recortes sociales debilitaron su capacidad de ahorro. Con respecto a las empresas, la reducción no es tanta si tenemos en cuenta los concursos de acreedores, quiebras y cierres de empresas que han tenido lugar los últimos años.
- La deuda de las entidades financieras aumentó en casi cien mil millones de euros. Aunque bancos y cajas intentaron desapalancarse (de ahí la restricción del crédito que sufrimos), muchas de las ayudas que han recibido del sector público y de instituciones como el BCE han consistido en préstamos e inyecciones de liquidez, lo que ha hecho aumentar el montante total de la deuda.
- La deuda pública ha aumentado de forma espectacular durante la crisis. Este aumento tiene varias causas: por un lado, la activación de estabilizadores automáticos como las prestaciones de desempleo ha supuesto un gran incremento del gasto; por otro lado, también ha habido que financiar las rondas de ayudas a la banca; además, también han experimentado un incremento extraordinario los intereses pagados por la deuda, tanto por el aumento de ésta como por el de la prima de riesgo (solo en 2012 se pagaron casi cuarenta mil millones de euros en intereses de deuda); por último, la recesión ha asestado un golpe brutal a los ingresos del sector público (la menor actividad económica reduce las bases imponibles de impuestos como el IRPF, el IVA o el Impuesto de Sociedades). Llegados a este punto, hay que señalar que la inmobiliaria no era la única burbuja que se había hinchado en nuestra economía, sino que los años de bonanza y la irresponsabilidad de nuestros gobernantes habían dado lugar a una auténtica burbuja fiscal, de la que hablaremos en otra ocasión.
¿QUÉ PUEDE HACER EL GOBIERNO?
En una recesión de balances, la actuación del gobierno está mucho más limitada que en otras crisis:
- En el ámbito de la política fiscal, es preciso estimular la economía con políticas expansivas. Sin embargo, el recurso a los estímulos fiscales se encuentra muy limitado por el endeudamiento del sector público. En el caso español, se llevaron a cabo operaciones como el Plan E, pero las sucesivas bajadas de impuestos de los gobiernos Aznar y Zapatero habían dado lugar a una estructura fiscal excesivamente dependiente de las rentas del trabajo, una debilidad que había quedado enmascarada por los impuestos que se recaudaban gracias a la burbuja inmobiliaria. Cuando la burbuja explotó y el paro aumentó, el Estado se encontró sin recursos para hacer frente a una crisis de esta magnitud. Para empeorar la situación, el diseño de la eurozona dejó al país sin el amparo de un banco central digno de tal nombre y restringió las vías para conseguir financiación procedente de Europa. ¿Resultado? En mayo de 2010 Zapatero tiró la toalla e inauguró la era de los recortes sociales en España.
- En el ámbito de la política monetaria, es preciso llevar a cabo una política expansiva reduciendo los tipos de interés (a cero si es preciso) e inundando de liquidez el mercado. Sin embargo, como ya explicamos cuando hablamos de los bancos centrales y la política monetaria, ésta no siempre es eficaz para estimular la economía: cuando la economía cae en una trampa de liquidez, ni siquiera un tipo de interés nulo es capaz de reactivarla, puesto que los agentes privados no se animan a endeudarse para financiar la inversión o el consumo (y es lógico: después de todo, lo que persiguen los agentes económicos en una recesión de balances es reducir sus deudas). Para empeorar la situación, España perdió el control de su política monetaria cuando adoptó el euro como moneda y el único mandato del BCE es luchar contra la inflación, de modo que en 2011 incluso subió los tipos de interés para contrarrestar una supuesta amenaza de inflación. Sólo en los últimos tiempos, ya bajo el mandato de Mario Draghi, se puede decir que el BCE está llevando a cabo una política monetaria auténticamente expansiva (aunque con las limitaciones que imponen los estatutos del banco central pactados en Maastritch).
- Además, al basarse en un sobreendeudamiento de la economía, la recesión de balances suele provocar graves crisis en el sistema financiero; en este sentido, es necesario llevar a cabo operaciones de rescate financiero. Éste puede consistir en capitalización de entidades con problemas, retirada de activos tóxicos, garantías y avales, etc. Ya describí en este artículo en qué operaciones y en qué cantidades se había materializado el rescate de la banca española (mientras que el rescate que a mí me hubiera gustado que se llevase a cabo lo describí en esta otra entrada).
Sin embargo, es muy difícil que estas medidas sean plenamente efectivas mientras no se haga algo con la enorme losa de deuda que aplasta a los agentes económicos. Es decir, es necesario plantearse seriamente llevar a cabo una reestructuración de la deuda.
En efecto, mientras familias y empresas no reduzcan su endeudamiento no podrán impulsar el consumo ni la inversión. Es cierto que podríamos esperar a que lo redujeran por sus propios medios, pero como hemos visto, el ritmo sería muy lento y los años transcurridos podrían considerarse como "años perdidos" para nuestra economía. Según la revista Alternativas Económicas, la deuda total del país supera a día de hoy los 3'3 billones de euros, y si las familias y empresas están reduciendo poco a poco su endeudamiento es en gran medida porque se han visto obligadas a ello al haber cerrado los bancos el grifo del crédito (hay que señalar que la fuente es distinta a la utilizada en el resto de la entrada, por lo que la diferencia en los datos seguramente se deba a una disparidad en los criterios utilizados).
Hay que plantearse, por tanto, una reestructuración de la deuda. Antes de que me acuséis de echarme al monte o de bolivariano, aclaremos que reestructurar una deuda no significa llevar a cabo un impago unilateral. Hay muchas opciones, que van desde el aplazamiento de los pagos o su reducción (renegociando tipos de interés, períodos de carencia, alargamiento de los plazos, etc.) hasta las quitas parciales. Recordemos también que estamos hablando de deuda total, tanto pública como privada. Tanto en un caso como en otro hay muchas alternativas para reestructurar de forma ordenada la deuda.
Con respecto a la deuda privada, hay que buscar la forma de aliviar la deuda de empresas y familias. En el caso de las empresas, se pueden conceder subvenciones para la amortización de parte de sus deudas e introducir modificaciones legales en materia concursal que faciliten el acuerdo con los acreedores (por ejemplo, prohibiendo que una minoría pueda vetar un pacto que implique una quita). En el caso de las familias hipotecadas, se pueden seguir recomendaciones como las del economista Steve Keen, que habló de inyecciones de liquidez del banco central a familias endeudadas para que pudieran saldar sus deudas, o imitar fórmulas ya utilizadas en el pasado como el Home Owner's Loan Corporation (HOLC), un "banco malo" creado por la Administración Roosevelt que compraba las casas hipotecadas a precios inferiores a los apuntados en libros y renegociaba con las familias las condiciones de pago en función de sus posibilidades. En este sentido, una ley de segunda oportunidad como la anunciada por Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación de 2015 es un paso en la buena dirección, aunque habrá que ver en qué se concreta la propuesta. Tanto en el caso de las empresas como en el de las familias, si se hubiera aprovechado para nacionalizar efectivamente a los bancos ayudados por el Estado se dispondría de más herramientas para ayudar a empresas y familias en problemas.
Con respecto a la deuda pública, no cabe duda de que el Estado tiene una mayor capacidad de negociación que familias y empresas, lo que abre la puerta a posibles acuerdos con los acreedores en materia de intereses, períodos de carencia, alargamiento de plazos, etc. En este sentido, cabe destacar que el 25% de nuestra deuda pública está a día de hoy en manos de la banca española; teniendo en cuenta las generosas ayudas que ha recibido del Estado, esto abre el camino a una negociación en términos muy favorables (de nuevo, si se hubiera llevado a cabo una nacionalización efectiva de la banca intervenida, sería mucho más fácil la reducción de la deuda).
Por otro lado, cuando hablamos de reestructuración de la deuda pública, no podemos obviar que uno de los problemas que se plantean es el posible cierre de los mercados financieros a un país que amague con impagarla. Por eso, en mi opinión es imprescindible reducir la dependencia con respecto a los mercados antes de hacer movimientos en este sentido. Sin embargo, mientras se tenga un déficit primario en las cuentas públicas (el déficit primario es el resultante de restarle a los ingresos públicos los gastos de las administraciones públicas sin tener en cuenta los intereses de la deuda) el país dependerá de los mercados para poder hacer frente a sus gastos corrientes (pensiones, salario de los funcionarios...). Por tanto, es imprescindible una reforma fiscal a fondo, en la que prime la progresividad del sistema (que pague más quien más tiene) y en la que se luche contra los elevados niveles de fraude y elusión fiscal.
En todo caso, hay que tener en cuenta un factor muy importante: a diferencia de lo que ocurre con la deuda privada, la deuda pública no se amortiza, sino que se refinancia. Es decir, la costumbre es que al vencer un lote de bonos se emite otro con el que hacer frente a su vencimiento. De este modo, los gobiernos dejan que sea el crecimiento de la economía y la inflación las que vayan reduciendo el peso de la deuda pública con respecto al PIB. Por tanto, al hablar de sostenibilidad de la deuda pública hay que tener en cuenta que un factor fundamental es el crecimiento de la economía. Por un lado, el crecimiento reducirá el peso de la deuda con respecto al PIB; por otro lado, aumentará los recursos con los que cuenta el gobierno para hacer frente al pago de los intereses. Por eso, entre otras causas, es tan importante revertir las políticas de austeridad, porque en materia de deuda sólo consiguen incrementarla (y si no, que le pregunten a los griegos).
En realidad, lo que ha primado siempre en las políticas de rescate y ajuste no ha sido la recuperación económica de los países asistidos, sino el pago a los acreedores eludiendo cualquier responsabilidad de los mismos. En este sentido, los economistas ortodoxos le niegan cualquier responsabilidad a quien presta el dinero, haciendo recaer toda la presión sobre los deudores. Sin embargo, ya es hora de reconocer que tanta responsabilidad tienen en el buen fin de un préstamo tanto los deudores como los acreedores. Además, a largo plazo a los acreedores les puede interesar más que un país despegue económicamente aunque eso les suponga un coste a corto plazo.
Para no alargar aún más el artículo, dejaremos para futuras entradas la relación entre déficit y deuda, la posibilidad de auditar la deuda y la distinción entre deuda odiosa e ilegítima. Prefiero cerrar este artículo recordando el gravísimo problema que supone para la economía española el endeudamiento tanto público como privado y la necesidad de plantearse una reestructuración ordenada de la deuda, con serenidad y sin alarmismo.
Por otro lado, cuando hablamos de reestructuración de la deuda pública, no podemos obviar que uno de los problemas que se plantean es el posible cierre de los mercados financieros a un país que amague con impagarla. Por eso, en mi opinión es imprescindible reducir la dependencia con respecto a los mercados antes de hacer movimientos en este sentido. Sin embargo, mientras se tenga un déficit primario en las cuentas públicas (el déficit primario es el resultante de restarle a los ingresos públicos los gastos de las administraciones públicas sin tener en cuenta los intereses de la deuda) el país dependerá de los mercados para poder hacer frente a sus gastos corrientes (pensiones, salario de los funcionarios...). Por tanto, es imprescindible una reforma fiscal a fondo, en la que prime la progresividad del sistema (que pague más quien más tiene) y en la que se luche contra los elevados niveles de fraude y elusión fiscal.
En todo caso, hay que tener en cuenta un factor muy importante: a diferencia de lo que ocurre con la deuda privada, la deuda pública no se amortiza, sino que se refinancia. Es decir, la costumbre es que al vencer un lote de bonos se emite otro con el que hacer frente a su vencimiento. De este modo, los gobiernos dejan que sea el crecimiento de la economía y la inflación las que vayan reduciendo el peso de la deuda pública con respecto al PIB. Por tanto, al hablar de sostenibilidad de la deuda pública hay que tener en cuenta que un factor fundamental es el crecimiento de la economía. Por un lado, el crecimiento reducirá el peso de la deuda con respecto al PIB; por otro lado, aumentará los recursos con los que cuenta el gobierno para hacer frente al pago de los intereses. Por eso, entre otras causas, es tan importante revertir las políticas de austeridad, porque en materia de deuda sólo consiguen incrementarla (y si no, que le pregunten a los griegos).
En realidad, lo que ha primado siempre en las políticas de rescate y ajuste no ha sido la recuperación económica de los países asistidos, sino el pago a los acreedores eludiendo cualquier responsabilidad de los mismos. En este sentido, los economistas ortodoxos le niegan cualquier responsabilidad a quien presta el dinero, haciendo recaer toda la presión sobre los deudores. Sin embargo, ya es hora de reconocer que tanta responsabilidad tienen en el buen fin de un préstamo tanto los deudores como los acreedores. Además, a largo plazo a los acreedores les puede interesar más que un país despegue económicamente aunque eso les suponga un coste a corto plazo.
Para no alargar aún más el artículo, dejaremos para futuras entradas la relación entre déficit y deuda, la posibilidad de auditar la deuda y la distinción entre deuda odiosa e ilegítima. Prefiero cerrar este artículo recordando el gravísimo problema que supone para la economía española el endeudamiento tanto público como privado y la necesidad de plantearse una reestructuración ordenada de la deuda, con serenidad y sin alarmismo.
PD: los datos incluidos en este artículo se han extraído en su mayor parte del libro Qué hacemos con la deuda, del colectivo qué hacemos, y del número 22 de la revista Alternativas Económicas, cuyo tema del mes estaba dedicado al pago o impago de la deuda pública.
Impecable análisis señor Expósito. Entré aquí buscando la deuda del 2008 y me encuentro con este artículo esclarecedor para mi que no soy ningún docto en la materia. Trato en lo posible de no ser un simple instrumento electoral y esta clase de información me acerca a la verdad escamoteada por el poder de turno.
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