donde se cuenta a grandes rasgos cómo funcionaba el sistema financiero antes de que se gestara la crisis, y cómo los grandes bancos estadounidenses llevaron a cabo una actividad encaminada a reducir la regulación del sector y conseguir mayores beneficios, lo que incrementó el riesgo del sector.
El
Sistema Financiero antes de la crisis.
A los economistas les gusta llamar al sistema bancario el corazón de la
economía, ya que bombea dinero allá donde se necesita. En efecto, los bancos cumplen una función de
intermediación entre familias y empresas, canalizando el ahorro de las
familias hacia las necesidades de inversión de las empresas:
- Por un lado, las
familias depositan sus ahorros en los bancos, que a cambio les pagan un interés
por ello.
- Por otro lado,
con el dinero que las familias han depositado en ellos, los bancos conceden a
las empresas los préstamos que necesitan para realizar sus inversiones, y a
cambio les cobran un interés por ello.
El interés que los bancos cobran por los préstamos que conceden es
mayor que el que pagan a las familias por sus depósitos. La diferencia entre
ambos se denomina margen de
intermediación y es la base del beneficio de la actividad bancaria. Esta
labor de intermediación de los bancos queda representada en la figura 1.
La función que desarrollan los bancos es esencial. Teóricamente, las
empresas podrían ponerse en contacto con las familias para pedirles el dinero
que necesitan para sus inversiones (y, de hecho, hay muchas formas de hacerlo[1]),
pero la participación de los bancos aporta grandes beneficios. Por sólo citar
algunos, los bancos proporcionan mecanismos de pago rápidos y eficaces
(transferencias bancarias, pagos con tarjetas, cheques, etc.) y están mejor
preparados que las familias para saber si se puede confiar en una empresa a la
hora de prestarle dinero, por lo que gracias a ellos el capital de las familias
se dirige a aquellos proyectos en los que resulte más productivo y beneficioso.
Si los bancos hacen bien su trabajo, proporcionan dinero para crear
nuevas empresas y expandir las ya existentes, se crea empleo, la economía crece
y el banco obtiene beneficios. Sin embargo, es evidente que en los últimos
tiempos no ha sido así. La actividad bancaria ha cambiado mucho en las últimas
décadas, y el señuelo de los beneficios
fáciles y astronómicos desvió la atención de muchos bancos de sus funciones
esenciales.
Durante las secuelas de la Gran Depresión, el presidente norteamericano
Franklin Delano Roosevelt puso en marcha una política intervencionista a la que
denominó New Deal con el objeto de sostener
a las capas más pobres de la población y dinamizar la economía. Muchas de sus
actuaciones trataron de fijar una estricta regulación en los mercados
financieros para poner coto a las conductas imprudentes y/o especulativas; un
ejemplo de esto fue la aprobación de la Ley
Glass-Steagall, que establecía una separación entre banca comercial y banca
de inversión:
□
la banca comercial se dedica a administrar
depósitos y otorgar préstamos tanto a particulares como a empresas y
corporaciones. Su funcionamiento responde al representado en la figura 1.
□
la banca de inversión se especializa en
ofrecer, tanto a empresas y particulares como a Administraciones Públicas, el
dinero o los instrumentos financieros necesarios para realizar inversiones en
los mercados de capitales. Otra de sus actividades es ofrecer servicios
consultivos para fusiones, adquisiciones y otros servicios financieros.
Los bancos de inversión asumen más riesgos que los bancos comerciales,
pues el mercado de capitales es imprevisible, pero también tienen la
posibilidad de obtener enormes beneficios. La Ley Glass-Steagall tenía un objetivo fundamental: garantizar que
los bancos a los que la gente había confiado su dinero no asumieran los mismos
riesgos que los bancos de inversión, cuyo principal objetivo era maximizar los
rendimientos del capital invertido y cuyos principales clientes eran grandes
fortunas y empresas.
La estructura reguladora fijada en el sistema financiero tuvo buen
resultado. De hecho, el único período de la historia estadounidense en el que
no se registraron crisis financieras de envergadura fue el cuarto de siglo
posterior a la II Guerra Mundial, cuando se aplicaba eficazmente una estricta
normativa. Pero la memoria es corta, y medio siglo es mucho tiempo. En la
década de los ochenta, eran muy pocos los veteranos de la Gran Depresión que
aún estaban en activo. Por aquel entonces, se hizo predominante la noción de
que los mercados sin trabas pueden por sí solos asegurar la prosperidad y el
crecimiento económico[2].
Desde hacía tiempo, el atractivo de dedicarse a actividades
especulativas era mucho mayor que la puesta en marcha de un negocio productivo.
Además, la competencia en el sector bancario llevó a que los márgenes de
intermediación fueran cada vez más bajos, con lo que el modelo clásico de
negocio era menos atractivo para los bancos, que empezaron a buscar nuevas
formas de generar beneficios. De este modo, dejaron de dedicarse preferentemente a financiar la actividad
productiva de las empresas para desplazar sus negocios hacia la gestión de
fondos de inversión y el cobro de comisiones bancarias.
Para que este negocio fuera lo más rentable posible, los poderes
financieros consiguieron que los gobiernos llevaran a cabo reformas legales
destinadas a garantizar la plena libertad de capitales sin control o restricción
alguna (es decir, la influencia de intereses particulares que buscaban su
propio beneficio tuvo mucho que ver en el desmontaje de la estructura
reguladora). En 1999, los grupos de presión de la banca culminaron años de esfuerzo
con la derogación de la Ley
Glass-Steagall. Cuando la revocación de esta ley unió los bancos
comerciales y los bancos de inversión, la cultura de la banca de inversión se
impuso sobre la de la banca comercial. En realidad, deberíamos decir que la
cultura de la banca de inversión se había impuesto a la de la banca comercial
tradicional tiempo atrás y que esto condujo a la derogación de la Ley Glass-Steagall. Los directivos de los grandes bancos buscaban unos beneficios que sólo
se podían obtener asumiendo mayores riesgos[3].
La derogación de la Ley
Glass-Steagall es sólo un ejemplo de la actividad frenética y sin descanso que llevaron a cabo las grandes
entidades financieras estadounidenses para conseguir una mayor desregulación
en los mercados. Por ejemplo, en 1991, entidades como Goldman Sachs
consiguieron que las autoridades gubernamentales les permitieran invertir en
los mercados de materias primas, algo que tenían prohibido desde 1936[4].
Otro ejemplo de este comportamiento se dio en 2004, cuando representantes de
los cinco principales bancos de inversión estadounidenses[5]
presionaron personalmente al presidente de la Comisión del Mercado de Valores
de Estados Unidos, William Donaldson, para que acabara con las restricciones
vigentes para conceder préstamos[6].
El problema empeoró por la distorsión
en los incentivos que se da en el mundo de las finanzas. En economía,
cuando las recompensas privadas están bien alineadas con los beneficios
sociales, las cosas van bien; pero si no lo están, las cosas pueden ir muy mal.
Según los sistemas de incentivos que se aplican en el sector financiero, los
banqueros participan en las ganancias de sus operaciones pero no tanto en sus
pérdidas, ya que las primas se basan en los rendimientos a corto plazo[7].
Este afán por el corto plazo llevó a los bancos a centrarse en cómo generar
beneficios de forma inmediata, mientras que problemas como las posibles tasas
de impago de sus clientes parecían cuestiones lejanas.
Este cambio de actitud queda perfectamente ilustrado en la operatoria
que se seguía en un instrumento tan aparentemente elemental como las hipotecas.
Tradicionalmente, la concesión de un préstamo hipotecario era una operación
sencilla y estandarizada: los bancos evaluaban la solvencia de quien les pedía
un préstamo, se aseguraban de que el dinero se gastara de la forma convenida y
recuperaban el dinero prestado con intereses. Una práctica común era conceder
préstamos por el 80% del valor de la vivienda. Así, si el prestatario no
devolvía el crédito, se enfrentaba a perder no sólo su casa sino también el
dinero que había invertido en ella. Las aspiraciones de los compradores de
tener una casa por encima de sus posibilidades se veían moderadas por la
exigencia de aportar un 20% de su valor. En definitiva, el banco era muy cuidadoso
con los préstamos que concedía, y esto es exactamente lo que querían las
familias que depositaban en él sus ahorros.
Sin embargo, en los años anteriores al estallido de la crisis
estuvieron en circulación hipotecas como las siguientes[8]:
*
las hipotecas del 100%, donde los bancos
prestaban el 100% o más del valor de la vivienda. Si una familia recibía un
préstamo por más del valor de la vivienda, destinaba el importe sobrante a
fines como comprarse un coche, irse de vacaciones o amueblar la casa.
*
las hipotecas con trampa, es decir,
hipotecas a corto plazo que se firmaban en períodos de tipos de interés bajos
pero que tenían que refinanciarse después de unos pocos años. Eran muy
ventajosas para los bancos, ya que con cada refinanciación cobraban nuevas comisiones.
*
las hipotecas de amortización negativa, que
concedían al prestatario la posibilidad de elegir qué importe quería devolver
cada año (dentro de unos límites, claro está), de forma que podía darse el caso
de que al final de un año debiera más que al principio.
* los préstamos del mentiroso, llamados así
porque los individuos no estaban obligados a demostrar sus ingresos para
conseguirlos.
ÍNDICE DE CAPÍTULOS:
- INTRODUCCIÓN.
- CAPÍTULO 1: El Sistema Financiero antes de la Crisis.
- CAPÍTULO 2: La Gestación de la Burbuja Inmobiliaria.
- CAPÍTULO 3: La Titulización.
- CAPÍTULO 4: La Explosión de la Burbuja.
- CAPÍTULO 5: Conclusiones.
[1] por
ejemplo, comprando acciones u obligaciones emitidas por las empresas (aunque
hoy en día, incluso estas operaciones suelen realizarse a través de bancos que
actúan como intermediarios).
[2] En el
ámbito científico, se impusieron las tesis de Milton Friedman (1912-2006) y la
escuela monetarista de la Universidad de Chicago. Estas tesis tuvieron su
correlación política con la llegada al poder de Margaret Thatcher en el Reino
Unido (en 1979) y Ronald Reagan en Estados Unidos (en 1981).
[3] Una ley
inexorable en Economía es que a mayor rentabilidad, mayor riesgo y viceversa.
Esta ley no tiene excepciones.
[4] Cuando
en 2003 se permitió que los fondos de pensiones pudieran invertir en los
mercados de materias primas, se abrió la puerta a que se especulara
salvajemente con bienes de primera necesidad como el petróleo, el azúcar o el
trigo.
[5] Goldman Sachs, Lehman Brothers,
Merryll Lynch, Morgan Stanley y Bear Stearns.
[6] Cuatro
años después, de los cinco bancos de inversión mencionados en la nota anterior,
Lehman Brothers quebró por su imprudencia en la concesión de préstamos, y
Merryll Lynch y Bear Stearns tuvieron que ser vendidos a precio de saldo a
otros bancos. Goldman Sachs y Morgan Stanley “sólo” recibieron miles de
millones de dólares del gobierno estadounidense para compensar sus pérdidas.
[7] Muy a
menudo, la labor de un directivo se evalúa a través de una variable tan a corto
plazo como la cotización de las acciones de la empresa que dirige.
[8]
evidentemente, estos nombres no son su denominación comercial, sino que están
puestos para resaltar sus características.
Muy bien explicado y así ver mejorar nuestro estilo de vida, te hago caso a ver si empiezo a ver algunos beneficios a corto plazo, gracias!
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