La primera plana de la sección de Economía de El País de hoy
abre con esta noticia: EE UU exigirá más de 3.680 millones a S&P por inflar las calificaciones de activos. Seguramente, muchos opinarán lo mismo que yo:
“¡ya era hora de que le metieran mano a las agencias de calificación!” (aunque
no soy muy optimista en que se acabe consiguiendo algo, lo reconozco). Y puede
que muchos se pregunten qué demonios son agencias como S&P de las que tanto
se oye hablar últimamente. Bueno, pues a eso dedicaré la siguiente entrada.
Ya comenté en otra ocasión cuáles eran los principales
integrantes de los mercados financieros, y también comenté que en dichos
mercados se intercambian multitud de activos: acciones, títulos de deuda
pública, bonos y obligaciones, derivados financieros (no preguntéis, ya
hablaremos de ellos), etc. Lógicamente, a quien participa en los mercados le
gustaría tener información sobre los activos en los que invierte su dinero, y
aquí es donde entran en escena las agencias de calificación o agencias de
rating.
Las agencias de calificación son empresas privadas que se
dedican a valorar los activos que se intercambian en los mercados financieros.
Al calificar con una “nota” estos activos, las agencias facilitan la toma de
decisión de cualquier persona o entidad que se esté planteando invertir en
ellos. De forma simplificada, las calificaciones que pueden imponer estas
agencias son las siguientes:
•
AAA: Calidad crediticia máxima.
•
AA: Calidad crediticia muy elevada.
•
A: Calidad crediticia elevada.
•
BBB: Capacidad crediticia adecuada, con riesgo
en el medio y largo plazo.
•
BB: Capacidad crediticia moderada, con riesgo a
medio plazo.
•
B: Capacidad de devolución actual, con elevados
riesgos en el futuro.
•
CCC: Baja calidad crediticia, con claro riesgo
de quiebra.
•
CC: Baja capacidad de repago, aunque con
posibilidades de remontar.
•
C: Bajísima capacidad de repago, muy próximo a
la quiebra.
•
D: Quiebra o suspensión de pagos.
Este código de calificaciones varía ligeramente de una
agencia a otra, pero es generalmente aceptado cuando los medios de comunicación
se refieren a ellas. Además, las agencias pueden matizar sus valoraciones,
imponiendo por ejemplo calificaciones como AA+, A- o BB+ (hay más formas de
detallar estas calificaciones, aunque no entraremos en ellas por no
extendernos).
Las calificaciones que van de AAA a BBB se denominan
“investment grade”, mientras que las calificaciones que van de BB+ a D se
denominan “especulativas”, aunque coloquialmente suelen denominarse como
“calificaciones de bono basura”.
El problema fundamental de las agencias de calificación es una
cuestión de incentivos: el cliente de las agencias, quien les paga, es la
entidad a la que hay que calificar (por ejemplo, BBVA es quien
paga a las agencias de calificación para que pongan nota a sus acciones).
Claramente, las agencias de calificación tienen incentivos para complacer a
quien les paga, y la competencia entre unas agencias y otras empeora las cosas:
si una agencia no le da a un cliente la nota deseada, este puede
contratar a otra agencia de la competencia. Además, para agravar parte del problema, las
agencias también ofrecen servicios de consultoría para conseguir mejores
calificaciones: así, ingresan grandes honorarios diciéndole a sus clientes
cómo conseguir buenas calificaciones y a continuación ganan aún más dinero
otorgando esas calificaciones. Parece obvio que si quien pagara a las agencias
fuera el que va a invertir en los activos a calificar, la valoración de
dichas agencias sería más objetiva.
![]() |
Dos viñetas de un cómic que hice sobre la crisis de las hipotecas subprime. ¡Muy pronto en sus monitores! |
Otro gran problema de las agencias de calificación es que son muy pocas. Aunque hay unas setenta agencias en el mundo, más del 90 % de su
actividad está copada por tres empresas: las neoyorkinas Standard & Poors y
Moody’s y la británica Fitch. Con tan pocas empresas compitiendo en un mercado, no puede decirse que se den las condiciones para encontrarnos en un mercado realmente competitivo. Y para empeorar la situación, parte del
accionariado de estas tres agencias está en manos de los grandes bancos
internacionales, lo que compromete aún más su imparcialidad.
Actualmente, se admite que las agencias de calificación
fueron uno de los principales causantes de la crisis financiera internacional,
ya que otorgaron la calificación AAA a activos financieros que eran auténtica
basura tóxica (las famosas hipotecas subprime de las que hablaremos en próximas
entradas). Además, también han contribuido decisivamente a empeorar la crisis
de la deuda soberana en Europa al reducir las calificaciones de los títulos de
deuda pública de países como Grecia, España, Italia o incluso Francia.
Lo paradójico y sangrante de esta situación es que, siendo
estas agencias privadas uno de los causantes de la crisis, sigan siendo un
pilar fundamental de los mercados financieros. En efecto, el poder de estas
agencias es brutal:
- Basta con que una de ellas ponga en duda la solvencia de un país rebajando un escalón la calificación de su deuda pública para que los grandes fondos de pensiones que buscan la máxima seguridad pongan a la venta los títulos que tengan en su poder, lo que provocaría un aumento de los tipos de interés que dicho país tiene que pagar para colocar su deuda y puede acabar comprometiendo su solvencia. Y si no, que se lo digan a España, o incluso a Estados Unidos, que vio cómo Standard & Poors rebajó la calificación de la deuda soberana norteamericana el verano de 2011. Como vemos, la opinión de las agencias de calificación tiene tanta fuerza en el sistema financiero que puede convertirse en realidad por el mero hecho de formularse.
- En sentido contrario, basta con que estas agencias otorguen la calificación AAA a paquetes de hipotecas basura, que en justicia deberían puntuarse con las calificaciones CC o C, para que fondos de pensiones y bancos de todo el mundo compren miles de estos paquetes pensando que es una inversión segura libre de todo riesgo. Y de hecho, así fue como la crisis de las hipotecas subprime se extendió por todo el mundo.
Una y otra vez ha quedado claro que los juicios de
las agencias no son fiables (no sólo en casos como el de las hipotecas
subprime, sino en crisis como la del sudeste asiático de la década de los noventa),
pero aun así su poder no disminuye.
Las comisiones de investigación que organizó el Congreso de
los Estados Unidos para estudiar la crisis financiera sacaron a la luz comprometedoras
declaraciones de empleados de estas agencias (sobre todo a través del estudio
de sus correos electrónicos) que dejaban claro que el interés de las mismas por
mantener sus cuotas de mercados e incrementar sus beneficios primaba sobre la
calidad de sus dictámenes. Así, la opinión pública ha podido leer perlas como “Ponemos nota a cualquier cosa. Puede estar
estructurado hasta por vacas y lo calificaremos igualmente” y “Espero que ya seamos ricos y estemos
retirados cuando se caiga este castillo de naipes”.
Ahora, el gobierno de Estados Unidos toma por fin la
decisión de actuar contra una de estas agencias (aunque es muy curioso que sólo
actúe contra la agencia que redujo su calificación, llamadme mal pensado). No
soy optimista, pero es un paso en la buena dirección. Lo deseable ahora sería
que se tomara alguna decisión similar desde Europa, cuyos países son los que
más sufren la actuación de estas agencias al estar mucho más expuestos a los mercados financieros, pero para confiar en que eso ocurra
no basta con ser optimista.
Hay que creer en los milagros.
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